domingo, 24 de noviembre de 2013

Oda al aburrimiento

Ser o no ser ya no es un dilema, el tiempo discurre mientras yo permanezco. Desde el encarcelamiento de mi pupitre lo observo todo. Saludo a Hermes que pasa volando.  Atestiguo el sacrificio ritual de los minutos, que al ritmo de Stravinsky danzan gustosamente hacia el precipicio. Envidio la ligereza de su carácter suicida.

Pido la hora a Dalhí, su reloj se derrite en mis manos. A mi lado Cronos devorando a sus hijos; es el tiempo en la carrera de engullir minutos. ¿Quién detendrá su hambre insaciable?  ¿Quién opondrá resistencia a su marcha inexorable? Sólo el trueno, el estruendo del instante, el hijo que mata al padre, aporía de la finitud que vence la eternidad. Es el Kairos, el momento preciso, el momento oportuno, donde todo surge, donde todo acontece. Es el estruendo del instante, que en su efímera realidad dota de significado a la existencia.

Braudel se equivocaba, la espuma de la coyuntura es la materia de la realidad, la longuee durée es imperceptible, inaprehensible, irrecordable, convive con los seres profundos y coralinos del mar, aquellos que jamás serán tocados por los rayos del sol. La vida se sumerge, y cada segundo suena a lamento, cada hora a predicamento; el tiempo discurre mientras yo permanezco.

Un día más. Tiresias prediciendo la escatología del mañana. Un día más. El calendario se alegra de perder otra página, como quien consigue perder peso con la dieta recetada. Un día más. Sigo encarcelado al pupitre, el maestro no deja de escupir teorías a mi cara. “¡Carpe diem!”, grita la banca, y se echa a correr del salón para vivir la vida.

Al fondo del aula vislumbro un rostro familiar, es Sísifo, compañero de clase, quien vehementemente abre su cuaderno, con un movimiento sempiterno, como quien conoce la eternidad. Las palabras bailan a la consagración de la primavera, siguen a los minutos. Los minutos marchan a su tiempo, danzan monótonamente con los ojos vendados al      
                     p
                      r
                       e
                      c
                       i
                        p
                         i
                        c
                         i                                                                                                                                                o

Las palabras no creen en la eternidad, su vida es épica, mueren una vez y para siempre…
Cómo envidio la ligereza de su carácter suicida...