lunes, 15 de diciembre de 2014


Ya me cansé
De José Luis Gallegos

Era la pulsión del pasado,
que vomitaba en sus jugos autoritarios
la violencia, el fuego, la impunidad.
Era el poder absoluto,
absorto en su propio reflejo.
Narciso anticipando su muerte
al desconocer la otredad.
Cuando una voz rompió el silencio,
y una consigna nos logró despertar:
Ya me cansé.

Complicidad, ineptitud, indiferencia
formas distintas de ser insensible al dolor;
formas iguales de sumir al pueblo en indignación;
formas diversas de decir: “fue el Estado quien los mató”.
Y cansa… cansa su torpeza,
su falta de voluntad, cansa
su ambición desmedida, cansa
su puerilidad, su cinismo
nos cansa que se cansen
de no hacer justicia.

Cansa escuchar el número de muertos
43, 22, 80 mil,
para el Estado, sólo cifras.
Cifras de la morgue, cifras de expedientes,
cifras que no hablan la profundidad de la tristeza.
Que callan la inmensidad del dolor,
que esconden el rostro insondable de su ausencia.
Cifras que no cuantifican el llanto de la madre,
ni registran los besos ahogados de la novia,
ni suman las risas extraviadas de los amigos.
Cifras, quisieron convertirlos sólo en cifras.
Pero aún nos queda su recuerdo, la rabia,
y este irascible deseo de justicia.
Ya me cansé.



A la incompetencia, siguió la frivolidad.
A la protesta, cedió la represión.
Entonces la bota pateó el enjambre,
y los zumbidos se multiplicaron,
miles de aguijones en las calles
avispas mostrando su hartazgo.
La plaza central era miel,
la plaza central era eco.
Era una plaza resonancia.
Una plaza megáfono, plaza sinécdoque.
Una colmena conciencia insumisa.
Plaza de hartura, de colmo, de plétora.
Plaza de lucha, de movilización y esperanza.
Ya me cansé.

De todas las orillas del planeta,
En todos las lenguas de los hombres,
un mensaje de protesta recorre:
plazas, escuelas y premios nobel:
¡Ya me cansé!
Nos pide no olvidemos
en toda ciudad, en todos los pueblos,
que son 43 los que nos faltan
que son 43 los que desaparecieron.
que no pararemos, ni hoy ni mañana
seguiremos luchando hasta ver su regreso.

Ni los gélidos gritos del invierno,
ni los rumores cortinas de humo,
ni el panfletario altavoz de los medios
pudieron callar nuestra indignación.
Salimos de nuevo a marchar.
Los poderosos apostaron al tiempo,
pero el pueblo se cansó de olvidar.
¡Y saldremos de nuevo a marchar!

Se cansa Sísifo
de subir la colina cada sexenio
y ser parte de la misma pantomima.
Se cansa Atlas
de sostener al mundo,
Sus hombros se cansan de soportar
tragedia, dolor, ignominia
de ser siempre los mismos quienes pierden
y siempre los mismos quienes al final ríen.

¡Ya me cansé!
Cómo llena ese consigna todo el aire
y lo vuelve una eléctrica armadura
Cómo convierte en dinamita las cenizas
Y hace del dolor un grito de guerra.
¡Ya me cansé!
Dijeron los estudiantes,
al cansarse de la corrupción, del sistema
¡Ya me cansé!
Dijeron amas de casa,
cuando se hartaron de no ser tomadas en cuenta
¡Ya me cansé!
Dijo el obrero,
ante las reformas neoliberales de Peña
¡Ya me cansé!
Protestaron los padres,
cuando quisieron verles la cara, para calmar su exigencia
¡Ya me cansé!
increpamos todos, cuando caímos en cuenta
que la insubordinación hace la diferencia.
¡Ya me cansé!
Gritó un pueblo enardecido
que levantando el puño aprendió,
a hacer su esperanza de la tragedia,
y un nuevo mundo desde la indignación.

Ya me cansé, ¡es cierto!,
Pero este cansancio es de hartazgo y no de pasividad.
Este cansancio es rebeldía, y no insumisión.
Este cansancio es fuerza, no desolación.
Este cansancio es lucha, propuesta,
comunidad en construcción.
Porque podrán incinerar nuestros huesos,
pero no harán cenizas nuestro corazón


lunes, 10 de noviembre de 2014

Análisis del fallo de la Corte sobre la Consulta a la Reforma Energética

El jueves 30 de Octubre de 2014 la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó, en debates por separado y en votaciones de nueve contra uno[1], que las solicitudes presentadas por Morena[2] y por el PRD[3] eran inconstitucionales, argumentando que la reforma energética se encuadra en los temas que la Constitución prohíbe someter a consulta, porque se relaciona con los ingresos y gastos del Estado. El único votó a favor de que se avalaran las solicitudes de consulta fue del ministro José Ramón Cossío[4].

Con la reforma política de 2012 se incluyó en la Carta Magna la figura de la consulta popular, pero se estableció que habrá asuntos vedados para este tipo de ejercicios: la materia electoral, la restricción de los derechos humanos, la seguridad nacional, la organización y el funcionamiento de las Fuerzas Armadas, así como los ingresos públicos.  "Estamos frente a una de las materias que constitucionalmente han sido vedadas para consulta popular", dijo durante la sesión el ministro Pérez Dayán, quien argumentó que el petróleo es "la mayor fuente de ingresos" para México[5].

Durante la sesión, el ministro Cossío consideró que debían avalarse las solicitudes de consulta porque no hacerlo sería negar a los ciudadanos el derecho a ser consultados en temas de interés público. "Restringir la consulta es restringir un derecho humano", dijo. En respuesta, el ministro Aguilar defendió la decisión de la mayoría al señalar que los temas vedados para consulta no fueron impuestos por la Corte, sino por las reformas del Congreso. "Nosotros no estamos poniendo las restricciones, estamos respetando el texto (constitucional)", dijo[6].

            Considero que el tema central de la discusión gira en torno a si las preguntas propuestas por MORENA y PRD para realizar una consulta respecto a la reforma energética, deben o no ser consideradas como tema de “ingresos y gastos del Estado”. Al respecto, lo primero que hay que considerar, es la omisión de una definición por parte del legislativo, donde pudiera delimitarse los temas gubernamentales que serían considerados como de “ingresos y gastos”. Ante esta omisión, era facultad de la SCJN interpretar el sentido de las normas que regulan la consulta popular cuando manifiestan que no se puede consultar a la ciudadanía en temas concernientes a los “ingresos y gastos”.

La interpretación de “ingreso” y “gasto” en su acepción más amplia fue la mayoritaria, representada en la ponencia de la ministra Sánchez Cordero, quien expuso que éstos términos debían ser entendidos como “necesario para la obtención del ingreso, sea de forma directa, indirecta, una relación con la regulación del sistema mediata o inmediata, como puede ser su obtención, origen, destino, aplicación, administración o distribución de los ingresos y gastos del Estado Mexicano”[7]. Bajo este criterio, no cabe duda que someter a consulta los tipos de concesiones y contratos permitidos en materia energética era someter a consulta un tema de ingresos y gastos del Estado. Paradójicamente, siendo consecuentes con este criterio, cualquier acción del gobierno también lo era.

Toda acción del poder ejecutivo y legislativo (sobre la que el resultado de la consulta popular puede ser vinculante) se fundamenta en el impacto directo o indirecto de la recaudación y erogación financiera del Estado. De hecho nuestra actual división de poderes se basa, por su origen histórico, en la necesidad del ejecutivo por consensar con el parlamento el cobro de nuevos impuestos, y la exigencia de los parlamentarios de tener mayor representatividad e incidencia en las decisiones del gobierno. Las costosas guerras tanto de Luis XVI como de Carlos I, generaron un déficit que les obligó a convocar a las cortes, dando paso a dos revoluciones burguesas, que darían como resultado que el legislativo tuviera como una de sus principales atribuciones: la materia tributaria.

Cuando Luis XVI decide apoyar militarmente la independencia de las 13 colonias, se encuentra tomando una decisión política y militar que tendrá consecuencias económicas. Pero cuando decide, junto con su ministro de finanzas Jacques Necker imponer un impuesto igualitario, se encuentra tomando una decisión económica que tendrá consecuencias políticas. Es importante hacer esta distinción, porque si bien toda acción del gobierno en materias de salud, educación, medio ambiente, energía o vivienda, tiene sus límites y magnitudes en la forma de recaudar y erogar los recursos del Estado, estas materias no son, por sí mismas, decisiones de naturaleza hacendaria o fiscal.

En nuestro país, el marco normativo que reglamentan los ingresos y gastos del Estado se compone de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos de la Federación. La única manera de inferir que una decisión no considerada en estos supuestos legales es parte de la misma materia, es apelando a la relación (indirecta y ambigua) entre la forma de erogar y hacerse de recursos, y el destino y fuente de los mismos. Una vez aceptada esta relación, no hay forma de concebir una acción del Estado que no caiga en materia de “ingresos y gastos”. Aún decisiones como imponer mayores reglamentaciones medioambientales o inscribir en los muros de San Lázaro el nombre de algún personaje histórico, tendrían implicaciones de este tipo. En el primer caso, más regulaciones representarían un incremento en los costos de producción para ciertas empresas, por ende, un menor margen de utilidades y menor pago de impuestos, lo que afecta de manera indirecta la recaudación y los ingresos del Estado. En el segundo caso, mandar a hacer las letras de oro y colocarlas implica gastos, que deberá absorber el poder legislativo, interviniendo el presupuesto de la Comisión de Reglamentos y Prácticas Parlamentarias y, por ende, interviniendo en los egresos del Estado.

Como se observa, asumir una relación indirecta entre la reglamentación de ingresos o egresos y la posible afectación que a estos pueda hacerse por intervenir en otros temas, es completamente un sinsentido, que hace inoperable la Consulta Popular. La respuesta de la mayoría de los ministros (así como de varios de sus apologistas) fue argumentar que ellos sólo estaban aplicando la ley al pie de la letra, la cual fue, en principio, mal redactada por parte de los legisladores. ¡Muy cierto! Sin embargo, al adjudicar esta interpretación conservadora, no sólo asumen una postura contraria al principio pro hominem respecto al derecho humano a ser consultado[8], sino que, sobre todo, faltan el respeto a su propio sentido común, y sepultan la posibilidad de una democracia directa donde los ciudadanos sean consultados en temas de relevancia nacional.

Lo más lógico, lo más obvio, era identificar que la cláusula que prohibía una Consulta en temas de ingresos y gastos se refería a la intervención en temas de naturaleza estrictamente tributaria. Pues a nadie le gusta que le cobre impuestos (por eso son impuestos: se imponen), y por ello, era importante evitar que este mecanismo de democracia directa se empleara para erosionar la base de ingresos tributarios que sostienen al Estado Mexicano.

En este sentido, aunque la posibilidad de otorgar contratos o concesiones a particulares nacionales o extranjeros para la explotación del petróleo, el gas, la refinación y la petroquímica, son actividades que pueden derivar en consecuencias que impacten los ingresos del Estado Mexicano, su relación con ellos es indirecta y consecuencialista. En este sentido, ni la Consulta propuesta por MORENA ni la  propuesta por el PRD buscaban intervenir en la reglamentación fiscal o administrativa de los ingresos de PEMEX (lo cual sí guardaría relación directa con los ingresos de la federación), sino sobre los procedimientos para obtener dichos recursos. En palabras del ministro Cossío: “me parece que la materia de la consulta no se refiere ni al producto del sistema de contratación, ni a su objeto, independientemente de si el mecanismo es concesional o contractual, o si se limita a los sujetos que pueden o no explotar o realizar actividades relacionadas con la materia; el ingreso seguirá siendo del Estado, por lo que me parece que la propuesta confunde entre el mecanismo y su propósito”.

Esperemos que la Tremenda Corte guarde mayor sentido común en sus fallos, o pronto comenzaremos a ver en sus sentencias, lucubraciones (pasados por argumentos)  parecidas a las de Trespatines acusando a Nananina.



[1] Los ministros que apoyaron esta resolución fueron Luis María Aguilar, Fernando Franco Salas, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, Margarita Luna Ramos, Jorge Pardo Rebolledo, Alberto Pérez Dayán, Olga Sánchez Cordero, Juan Silva Meza —actual presidente de la SCJN— y Arturo Zaldívar.
[2]Pregunta a formular en la consulta: ¿Estás de acuerdo o no en que se otorguen contratos o concesiones a particulares, nacionales o extranjeros, para la explotación del petróleo, el gas, la refinación, la petroquímica y la industria eléctrica?
[3]Pregunta a formular en la consulta: ¿Estás de acuerdo en que se mantengan las reformas a los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución en materia energética?”.
[4]El ministro Sergio Valls no participó en la sesión porque está de licencia por motivos de salud.
[5]Torres Mauricio, “La Corte 'dice no' a las consultas energéticas del PRD y Morena”, CNN, 30 de Octubre. [Consultado 10 de Noviembre] http://mexico.cnn.com/adnpolitico/2014/10/30/la-suprema-corte-dice-no-a-la-consulta-energetica-de-morena
[6] Ibid.
[7] SCJN, versión taquigráfica de la Sesión Pública Ordinaria del Pleno de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación, celebrada el jueves 30 de octubre de 2014. https://www.scjn.gob.mx/PLENO/ver_taquigraficas/30102014PO.pdf  [Consultado 10 de Noviembre]
[8] “Es por ello que la interpretación a las restricciones al ejercicio de un derecho, en este caso a los temas que no pueden ser objeto de la consulta, debe hacerse de manera limitativa y estricta, restringiendo lo menos posible el acceso a la consulta, restringir la consulta, me parece que conlleva restringir un derecho humano” exposición del ministro Cossío en la versión taquigráfica de la Sesión Pública Ordinaria del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación [Op. Cit]

domingo, 19 de octubre de 2014

PULSO CARDIACO

Quien me conoce sabe que tengo pulso de burócrata
Sangre pesada, tibia, sedimentada, monótona,
Pero cuando me miras cambio a pulso de marinero
Sangre liviana, que viene, que vive, que viaja
Que naufraga en altamar y deja herencia en cada puerto
Cuando me besas, mi pulso es piloto de fórmula uno
Sangre veloz, desenfrenada, acelerada, casi suicida…
Cuando caen tus ropas, de maraquero es mi pulso
Sangre vibrante, locuaz, salsera, rítmica, sísmica
Cuando estamos solos, tú y yo, pulso de hipertenso
Sangre dinamita, pasional, dinámica, explosiva,
Cuando me enojo contigo, pulso de cirujano
Sangre fría, impávida, reprimida, anestesiada
Cuando me dices “te amo” pulso de astronauta
Sangre de helio, que sube al cielo, lunar e ingrávida

Eres un marcapasos anímico, que acelera,
Suspende y deprime mi torrente sanguíneo
Como la luna que juega con el ritmo de las olas
Juegas mi amor en tus manos y, a venas, arterias
Hemoglobitos y bazos, mandas, dictas y controlas
Eres la soberana de mi aparato circulatorio
Eres la dictadora de mi sístole
Eres la patrona de mi vena aorta
Eres la tirana de la nostalgia y la pasión
Eres los 21 gramos que se escapan en la morgue
Eres a quien por no tener mejor nombre,
Se me ha dado por bautizarle: Corazón.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Felicitaciones a La Jornada: por sus 30 Años

Alrededor de Chapultepec es posible observar una exposición fotográfica, titulada “Las fotos de La Jornada: 30 años”, resultado de un esfuerzo conjunto entre la Secretaría de Cultura y la Dirección del  diario La Jornada. A través de una serie de 120 fotografías se capturan momentos claves de la vida nacional e internacional, escenas documentadas por reporteros de este diario que han dado la vuelta al mundo y que retratan,  entre otras cosas, el mundo cultural de México y el arduo proceso  de democratización que hemos vivido como nación.

De entre la serie sobresalen fotografías galardonadas: como la de Pedro Valtierra ganadora del Premio Rey de España en 1998, en la que un par de indígenas chiapanecas empuja con toda su fuerza a un soldado del Ejército mexicano. O la fotografía captada por Jesús Villaseca en 2004, justo en el momento en el que el luchador social coreano Lee Kium Jae se inmola con una navaja suiza en la Cumbre Internacional de Cancún.

Esta exposición nos invita a recordar el contexto en el que surge el periódico La Jornada y su gran aportación a la libertad de expresión y a la democratización de nuestro país. Hace 30 años, el país vivía en un régimen autoritario, donde existían pocos espacios críticos al gobierno, pues los medios de comunicación eran controlados, reprimidos o cooptados con mecanismos de control tan sutiles como el suministro de papel o la propaganda gubernamental y tan opresivos como la incitación a huelgas, la violencia o la provocación de conflictos internos.

En ese contexto surge el 19 de septiembre de 1984, un periódico que logra reunir a disidentes quienes, desde distintas trincheras, abogaron por un México más plural, más tolerante, más democrático. El nacimiento de La Jornada fue posible gracias al apoyo de diversas personalidades como: Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Gabriel García Márquez, Vicente Rojo, Francisco de la Vega y Alejandro Gómez Arias, quienes apostaron por un medio independiente que diera voz a las causas fundamentales de México.
A este núcleo original de periodistas se sumaron científicos, académicos, escritores, artistas, cineastas, fotógrafos, militantes políticos de varias tendencias y luchadores sociales, quienes coincidían en construir un diario el plural que reflejara la realidad de un país que ya no se reconocía en la unanimidad del régimen y que, como nos cuenta Carmen Lira Saade (actual directora del diario) veía con alarma las crecientes amenazas a las conquistas sociales.
La construcción de un espacio alternativo de comunicación no fue fácil. La Jornada tuvo que sortear diferentes problemas materiales, presiones políticas y retos financieros los cuales pudieron superarse gracias a un amplio respaldo de sus lectores y de estudiantes, obreros, amas de casa, profesionistas y campesinos quienes contribuyeron como pequeños accionistas del diario. Desde entonces y hasta hoy –siendo el segundo periódico de mayor circulación en el país- la Jornada ha jugado un papel crítico a diferentes gobiernos. Su postura siempre ha sido clara: la expresión de la diversidad social, la defensa de  la soberanía, el seguimiento a demandas de la sociedad civil, la autodeterminación de los pueblos, la redistribución de la riqueza y la responsabilidad del Estado por asegurar mejores condiciones de vida.

Por todo ello quiero extender una gran felicitación a Carmen Lira Saade, directora del periódico, y a todos los periodistas, editores, fotógrafos, moneros y colaboradores, que integran a este gran equipo que logra cada día que una nota crítica, una caricatura mordaz o una editorial reflexiva llegue a cada mesa de discusión, revitalizando la libertad de expresión y la democracia de nuestro país. ¡Gracias a La Jornada por hacerme el lector crítico que soy!

jueves, 29 de mayo de 2014



La Duquesa de Portobello. 

Érase una vez una mujer a la que le encantaba mandar, su nombre, Elvira, la Duquesa Elvira de Portobello. Elvira vivía en un castillo rodeada de fieles súbditos a los cuales mandaba cumplir todos sus caprichos: “cambien las cortinas”, “preparen la cena”, “cepillen al perro”, “denle de comer a los patos”, “poden el pasto”, “limpien los muebles”, “sonrían”, “no tanto”, “cállense”, “hablen”, “cállense, ¡qué no entendieron!”… Todo el día se le iba en dar órdenes. 

            Aquellos súbditos, quienes llamábanse así mismos la corte real, no recibían paga ni privilegios, tan sólo el honor de ser súbditos de la Duquesa. Con eso poco se conformaban aquel puñado de hombres; pues a qué más puede aspirar la un súbdito sino a cumplir órdenes. Los habitantes del Ducado de Portobello no eran verdaderamente muchos, se entretenían con sus actividades cotidianas y poco les importaba la vida aristocrática de la Duquesa. Los habitantes no eran listos ni tontos, ni quietos ni activos, simplemente habitantes. No había, sin embargo, una sola alma en el ducado de Portobello que no aguardara ansiosamente por la atracción más grande del año, la fiesta de Santo Tomás, para la cual, como cada otoño,  la Duquesa descendía desde lo alto de su castillo hasta el mundo de los comunes, para nombrar a un mayordomo. Al ungido por la Duquesa concedíasele el honor de organizar la fiesta patronal. 

            El otoño llegó y la Duquesa reservó para aquella ocasión el vestido más simple, viejo y que encontró, pues no valía la pena que los plebeyos presenciaran sus más agraciados atavíos. -No hay que combinar lo bello con lo pueril-, decía a sus fieles súbditos. Una vez hubo descendido, por consejo de su corte, Elvira designó a Erasmo como mayordomo de la fiesta patronal; un humilde carpintero del pueblo conocido por su honradez y dedicación al trabajo. Erasmo aceptó gustoso aunque sin realizar mayor deferencia. El pueblo por su parte celebró sonoramente el nombramiento. 

            Erasmo comenzó los preparativos. Primeramente reunió a los habitantes de Portobello en la plaza central, y una vez los hubo consultado, mandó a colgar papel picado rosa y azul en todas las calles, a pintar las fachadas de la casa de gobierno y la catedral, mandó matar 15 gallinas y 12 puercos y a cortar los jardines, mientras él mismo dedicó varios días a construir un arco corintio para adornar la entrada de Portobello. 

            Cuando la Duquesa Elvira se enteró de que Erasmo dictaba órdenes en su ducado que la gente obedecía, mandóle a llamar de inmediato a su castillo. ¿Usted es Erasmo el carpintero?  Él mismo. Puede decirme con qué autoridad se atreve a mandar en mi ducado. La autoridad, Duquesa, es de un solo tipo y es la misma con la que me ha mandado a llamar a su castillo. Se equivoca, mi autoridad es indiscutible e inapelable, porque yo, soy Elvira, la Duquesa de Portobello y puedo hacer y deshacer según mi voluntad. Es un gusto presentarnos de nueva cuenta Duquesa, yo soy Erasmo, el carpintero de Portobello. ¿Pero que no es usted también el mayordomo? En efecto. Pues… precisamente sobre eso quería hablar… el color azul y rosa del papel picado no me gusta, lo cambia, el puerco me hace mal así que lo sustituye por pescado, las fachadas de la iglesia y de la casa de gobierno se ven horribles, las pinta de otro color,…un verde aceituna asentaría bien, el jardín lo deja crecer para hacer animales con los arbustos al estilo expresionista francés, ¡aah, casi lo olvido!, ese arco, ese arco tan espantoso que mandó a poner en la entrada, lo quema inmediatamente. Comprendo, pero dígame Duquesa ¿con qué autoridad puedo mandar yo, si tan sólo soy un carpintero? Que no entiende que por eso le he nombrado mayordomo para que pueda mandar ¿Entonces tengo autoridad para mandar en el pueblo? Esa autoridad, divina en su naturaleza, es inmanente en mi calidad de noble y la transfiero a usted por mi salvoconducto real, para que pueda obrar en mi nombre. ¿Es decir, que la autoridad es realmente suya? Así es. ¿Y la capacidad de mandar? También. Siendo entonces que en usted radica la autoridad y el mando, y que como todos saben del poder se ejerce con mayor virtud desde su origen, considero pertinente que realice su voluntad real a través de su propia persona, para lo cual prescinde de un servidor. ¡Qué se ha creído usted para decirme que debo o no debo hacer!, usted, usted es un simple plebeyo,¡ qué no entiende que usted depende de mí! La realidad sugiere lo contrario Duquesa, pues para ser Duquesa necesita en esencia de alguien a quien mandar, al parecer usted sin mí no puede mandar y por ello depende de mí para ser Duquesa, yo en cambio, sin usted puedo seguir siendo un carpintero, tan carpintero como siempre. ¡Insolente! ¡Cómo se atreve!, maldita la hora en que le nombre mayordomo, pero en este a mismo le retiro el cargo; paje que quede en acta que este hombre deja de ser mayordomo en este preciso momento, ¡y ni siquiera intente rogar que le devuelva el puesto! –Erasmo no se inmuto, dio media vuelta y salió de la habitación real para volver a sus labores de carpintería- ¡Jamás le ordené se retirara! –gritaba coléricamente la Duquesa a la salida de Erasmo- Si cruza esa puerta quedará desterrado de por vida del ducado, ¡se lo advierto! -pero Erasmo siguió su camino. 

            La Duquesa se puso iracunda, su cuerpo temblaba de furia, no podía creer que un plebeyo se hubiese atrevido a retar su autoridad con singular indiferencia a sus amenazas. De inmediato pensó la manera de vengarse. Nombró a Juan el panadero, como nuevo mayordomo, quien llevó al pie de la letra las exigencias propias de la Duquesa. De Erasmo sólo se sabía que se le había visto salir de Portobello; hubo cierto desconcierto y murmullo por parte del pueblo, pero  tan pronto uno de los cortesanos comenzó a aplaudir en la ceremonia de nombramiento, la gente se soltó efusivamente y sin reparo el nuevo nombramiento.

            Sin embargo, la afrenta de Erasmo agudizó la patología mandamás de la Duquesa, quien ya no lograba satisfacer su necesidad de mandar. Su sentimiento de inferioridad era grande y se volvió tanto más, que ya no le era suficiente con dar órdenes a los habitantes de Portobello. Ella quería mandar, mandar y mandar, así que ordenó rentar gente de otros ducados para que pudiese también mandarles: “cambien las cortinas”, “preparen la cena”, “cepillen al perro”, “denle de comer a las patos”, “poden el pasto”, “limpien los muebles”, “sonrían”, “no tanto”, “cállense”, “hablen”, “¡cállense que no oyeron!”. Todo el día se le iba en dar órdenes a sus súbditos, a los habitantes de Portobello y a los habitantes rentados de otros ducados.

            Mientras más se acercaba la fecha para la fiesta de Santo Tomás, la Duquesa se volvía cada vez más mandona. Buscaba imponer su voluntad en todo, hasta el punto de lo absurdo. Ahora quería volver al color original del papel picado, quería nuevamente puerco en el menú, mandó a cortar los arreglos expresionistas de los arbustos y por último mandó a colocar nuevamente el arco de Erasmo en la entrada de Portobello. Sin embargo, para su desgracia, ella misma había mandado quemar el arco de madera, pidió entonces se construyera uno nuevo. Pero nadie en la pequeña extensión del ducado sabía de carpintería, así que mandó a una comisión especial a buscar y traer a Erasmo de regreso a las puertas de Portobello.

            Gran sorpresa se llevaron los portobellenses al descubrir que Erasmo era un hombre dichoso de ser libre, podía construir lo que él quisiera y con esa misma libertad rechazó las órdenes de la duquesa. Impresionados con su libre albedrío, los integrantes de la comisión acordaron quedarse con Erasmo y trajeron consigo a sus familias. Después de todo, el exilio no se veía tan mal y gozaban de algo que jamás encontraría en Portobello, Libertad. Sólo un comisionado, miembro de la corte regresó a donde la Duquesa para informar sobre lo acontecido. 

            Al escuchar las noticias Elvira no contuvo su furia. Una marea de rojo efervescente inundó sus entrañas de ira y resentimiento, haciendo crecer sus ganas de mandar. Comenzó entonces a dar órdenes a diestra y siniestra: “pinten las cortinas”, “cepillen a los patos”, “denle de comer a los muebles”, “poden los perros”, “lloren”, “no tanto”, “griten”, “cállense”, “vuelvan a gritar”, “quemen las casas, quemen la iglesia, incineren la casa de gobierno, lumbre a los jardines, prendan fuego a la catedral, quemen todo, quemen todo el ducado… Y así fue que Portobello, al igual que la Roma de Nerón, quedó convertido en cenizas.
            Los portebellenses se veían los unos a los otros sin encontrar respuesta, habían quemado ellos mismos su ducado por órdenes de un bruto. Pronto comprendieron que no había más que hacer y se exiliaron todos a donde Erasmo. Erasmo, aquel carpintero taciturno, pero de gran entereza, supo dar la bienvenida a todos los portobellenses que arribaban. Al ser el primero en haber llegado a las tierras del exilio, pronto fue nombrado Duque, pero Erasmo rechazó de inmediato el nombramiento y en su lugar nombró a las nuevas tierras la “República del exilio”. 

            Tristemente, ese mismo día era la fiesta de Santo Tomás, la fiesta más esperada en todo el año por los portobellenses. Pero hábilmente, Erasmo dijo que en la República del exilio no se festejaba a Santo Tomás sino a San Agustín, cuya celebración se encontraba próxima. Así que sin reparos, la gente erigió una casa de gobierno y una catedral, aró tierra para los jardines, puso papel picado rosa y azul en todas las calles, hizo crecer 15 gallinas y 12 puercos, mientras Erasmo construía un hermoso arco corintio que, con ayuda de los republicanos, colocó a la entrada de la ciudad.  

            Mientras tanto, Elvira, la Duquesa Elvira de Portobello, celebraba en ruinas la fiesta de Santo Tomás. Eso sí, en compañía de su minúsculo, pero siempre fiel, séquito de súbditos, a quienes no dejaba de mandar y quienes no dejaban de obedecer. Pues ¿qué más sabe hacer un súbdito sino obedecer órdenes?

            En la “República del exilio” nadie conocía a San Agustín, pero la celebración fue todo un éxito, la gente convivió con la misma euforia y júbilo que cuando que celebraban a Santo Tomás. Nadie del pueblo más que Erasmo comprendía que lo importante no era el patrono, ni el nombre del poblado, no era la forma de gobierno, ni el color del papel picado, lo importante era que el pueblo aprendiera a ser libre y a vivir con otros en libertad.